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COMO LA VIDA MISMA. (Instituto de estudios fotográficos de Cataluña. Primavera Fotográfica, 1992.

La fotografía cubana pese a ser enormemente desconocida entre nosotros —triste paradoja en la era de la comunicación— goza de una significativa variedad de estilos y autores, que la hace especialmente importante en su contexto.


Que una isla —hoy más que nunca políticamente aislada y sometida a un genocidio económico— de apenas diez millones de habitantes, tenga un patrimonio fotográfico y un desarrollo cultural tan importante, sólo es entendible gracias al impulso que la revolución dio a la cultura, como motor de cohesión y desarrollo social, en el que la fotografía ha tenido un papel destacadísimo.


Fruto de esa transformación cultural, surgió toda una generación de fotógrafos en los años sesenta (Mayito, Corrales, Salas, Fernández, Korda, etc.) que actualizaron la fotografía dentro de los conceptos estéticos del documentalismo moderno, continuando con la labor de autores tan importantes como Constantino Arias, recientemente fallecido.


Después han surgido otros fotógrafos, que en la última década, y conectando con las necesidades del arte actual, han cuestionado el medio fotográfico, para expresar una estética de carácter interdisciplinario y de reflexión sobre el propio lenguaje.


Otros fotógrafos, en una línea más cercana al documentalismo y a la expresión de los valores formales intrínsecos al medio, han desarrollado su personal visión. Así, aparecen autores como los que ahora presentamos: Carlos Mayol y José Ney, que continúan cultivando una inteligente y sensible mirada sobre la vida cotidiana, sin que el déficit de medios materiales —que a veces les impide fotografiar—, pueda alterar sus fines, más allá de la cantidad o calidad de su presentación, condicionada por la escasez de material fotográfico que padecen.

Carlos Mayol


Carlos Mayol y José Ney, ejercitan su propia visión de forma personal, pero con unos componentes en común. Los recursos expresivos, en los que la figura humana es un elemento centrífugo o un contrapunto compositivo de Carlos Mayol; José Ney los expresa parecidamente pero con una dosis de ironía, a veces con referentes sociales, otras con denotativas estructuraciones, en las que los elementos visuales han sido extraídos de su contexto natural.

Aparecen así, en ambas obras, imágenes sorprendentes, de expresivos encuadres, de una dureza lumínica y contraste tonal, que si bien dentro de nuestra «cultura» fotográfica, puede equipararse con una estética propia de la década de los setenta, deja en ambos fotógrafos filtrar primorosamente, el sentido genuino de sus composiciones y el sentimiento que impulsa su visión. Imágenes que nos permiten descubrir otra realidad, aparentemente insólita pero no por ello menos intensa y emotiva.


La importancia que Mayol y Ney conceden a los elementos descontextualizados de su entorno, rompe con cualquier posibilidad de una narración realista, para abocarnos a su íntima y personal mirada. Las cosas parecen transcurrir en un «tempo» ajeno a la productividad y utilización pragmática de nuestro reloj diario. Un tiempo de duración distinta, en el que los elementos se dispersan, se mezclan o yerguen enfáticos dentro de una nueva perspectiva.


Y esa duración distinta, no la establece ninguna acción determinada. No existe un antes, ni un después. Tan sólo instante —que es espera o silencio— en el cual la mirada del fotógrafo es pura intuición, asomándose sin artificio ni estrategias a la vida misma.


Salvador Rodés

Crítico de Arte / Director Revista La Fotografía. España.

José Ney

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